La tecnología llega al campo para suavizar y aligerar las duras tareas de arar y sembrar la tierra, en pequeña escala, para esas tierras que vienen de manos de los abuelos y los hijos quieren conservar.

En los surcos caen los granos seleccionados de maíz, para lucir en breve tiempo sus penachos de oro entre las hojas verdes y luego, las deliciosas mazorcas, algunas de las cuales serán cosechadas antes de que estén totalmente hechas, porque los "jojotos" y las "cachapas" son algo muy apreciado como desayunos y meriendas por los niños y adultos que nos deleitamos con esos manjares criollos. Las otras plantas esperarán pacientemente que sus mazorcas estén totalmente hechas y sirvan de materia prima para nuestra amada harina PAN.

Además, los surcos recién abiertos recibirán una selección de "negritas" que elevarán sus risueños y verdes tallos, mientras sus cápsulas esconden el preciado grano que forma parte de nuestro glorioso pabellón criollo, que presenta en un solo plato la diversidad de sabores de la gastronomía venezolana y la diversidad de su población: el negro de las caraotas, el blanco del arroz, el marroncito de la carne mechada y el dorado de las tajadas, preparadas con plátanos maduros.

Y hablando de los plátanos, sus plantas se siembran como los árboles, en hileras, distantes unos de otros, porque alrededor de su pie nacerán los hijos, que irán sustituyendo los pies iniciales y ofreciendo sus frutos durante los años sucesivos; desde los tiempos de los mayores.

Forman un bosquecito, en un lateral de la casa y se extienden hasta dos añosas matas de mango, alegrando la vista desde las ventanas y refrescando las paredes del sol del oeste. Y algo muy importante, en diciembre sus grandes hojas de verde intenso y planas, visten las hallacas.