¡Las galletas navideñas de esas latas era mi delicia y la de mis hermanos! Siempre nos llegaban de regalo, primero por parte de los tíos, después de mis hermanas mayores. Lo cierto es que nunca llegaban al día de Navidad. Imagínense diez muchachos en casa, fans de las galletas. Pero eso sí, las comíamos poquito a poco, los mayores nos enseñaron eso, así las disfrutábamos más.

A mi mamá le gustaba brindar esas galletas con una taza de café con leche, a sus amigas. Aunque en diciembre preparaba otros dulces tradicionales muy sabrosos, con los cuales nos sorprendía cualquier día: besitos de coco, dulce de lechosa y arroz con coco, este último era mi favorito.

Y les cuento, utilizábamos el reciclaje con las latas de las galletas. Mamá las usaba en la cocina para hacer quesillo, pues derretía en ellas el caramelo y luego echaba la mezcla. Después lo cocinaba a baño maría. Lo enfriaba, tapaba y regalaba, en esa linda presentación. Algunas de sus amigas, le pedían por adelantado ese obsequio navideño.

Fue una época en la que los regalos hechos en casa tenían preferencia a los comprados. Costaban menos dinero, pero en ellos se ponía más esfuerzo y cariño. A mi entender, esos regalos estaban más vinculados con el verdadero espíritu navideño, que en los actuales momentos. Pero cada época tiene su encanto.

En mi cajita, yo guardaba las metras y mis carritos de colección. Sentía que allí estaban bien protegidos. Aunque como era el varón más pequeño de la casa, mis hermanos no acostumbraban a meterse con mis cosas.

Ya adulto, en diciembre también yo compraba ese estilo de galletas; aunque la economía me llevó a comprarlas en cajitas de cartón. No las guardábamos para Navidad, al comprarlas abríamos la caja y las merendábamos en familia, mi esposa y yo con café, nuestros hijos con jugos o refrescos.